El señor del invierno y las dos hermanas

Informante/procedencia: Irina Prodius, Moldavia.

Idioma: Ruso.

Introducción/información previa: Irina recuerda este cuento con mucho cariño porque le encantaba de pequeña. Ahora se lo cuenta a su hijo.


Érase una vez un hombre y una mujer muy mayores que tenían dos hijas. La madre no quería nada a la hija mayor, solo quería a la pequeña, por eso encargaba todas las tareas de la casa a la hija mayor que tenía que limpiar la casa, hacer las camas, encender el fuego, dar de comer a los animales… A pesar de hacer todos los trabajos la madre nunca estaba contenta con ella. Sin embargo la hermana pequeña siempre se levantaba muy tarde y era muy vaga.
Un día la madre le dijo a su marido:
Tienes que llevar a nuestra hija mayor al bosque y abandonarla al lado de un árbol porque ya no puedo aguantarla más en casa.
Al padre le daba muchísima pena dejarla sola en el bosque pero la montó en el trineo y se la llevó. Tal y como le dijo su mujer, dejó a la niña debajo de un pino.
La niña se quedó allí, debajo del pino, pasando mucho frío. De repente la niña escuchó la voz del Señor del Invierno que le preguntaba:
– ¿Tienes calor, pequeñita?
– Sí, claro, señor. Tengo mucho calor.
El Señor del Invierno que estaba en la copa del pino empezó a bajar para ver mejor a la niña. Le volvió a preguntar:
– ¿Tienes calor?
– Sí, sí. Claro que tengo calor –le contestaba la niña muy educadamente.
El Señor del Invierno siguió bajando y empezó a soplar sobre la niña para que tuviera más frío. Le volvió a preguntar:
¿Tienes calor?
La niña, casi sin poder hablar del frío que tenía, dijo:
Claro que tengo calor, Señor del Invierno. ¡Mucho calor!
Cuando la niña estaba a punto de quedarse congelada el Señor del Invierno bajó del árbol y le dio un abrigo de piel de zorro y empezó a calentarla.
Al día siguiente el padre de la niña fue al bosque a verla. Sorprendido, encontró a su hija sana y salva, con un abrigo de pieles muy bonito y, además, con un tesoro lleno de regalos.
El padre cogió a la hija y al tesoro y se los llevó de nuevo a casa. Cuando llegaron y la madre vio todo aquello que traían, enseguida le dijo a su marido muerta de envidia:
Mañana mismo llevas a nuestra hija pequeña al mismo sitio y la dejas allí, debajo del árbol, porque el Señor del Invierno tiene que darle también regalos.
El padre al día siguiente llevó al mismo lugar a la hija pequeña y la dejó allí. Enseguida la pequeña escuchó la voz del Señor del Invierno que le preguntaba:
¿Tienes calor, hija  mía?
– No. ¡Tengo mucho frío! –contestó de malos modos.
El Señor del Invierno, igual que hizo con la hermana mayor, se fue acercando a ella, bajando por el pino y le preguntó:
¿Tienes calor, pequeña?
– ¡No! Te he dicho que tengo mucho frío.
El Señor del Invierno, más cerca, le volvió a preguntar:
¿Ya estás helada?
– Sí, estoy muerta de frío. ¡Fuera, fuera de aquí! ¡No puedo aguantar más de frío! ¡Vete!
El Señor del Invierno, al ver lo egoísta que era la niña y lo mal educada que estaba, supo bien qué tesoro dejarle. Nada.
Cuando el padre regresó por la mañana a buscar a su hija pequeña la encontró tiritando de frío, sin nada. La recogió y la llevó de regreso a casa. En la puerta estaba la madre, ansiosa, esperándola pero cuando la vio llegar abrió los brazos preguntándose qué había pasado y dónde estaban sus tesoros. Entonces comprendió, con mucha rabia, que su hija pequeña se había quedado sin nada por ser vaga y mal educada.

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